Pablo Sebastián siempre creando polémica

Se lo ha dicho el ministro Corcuera al periodista Pablo Sebastián, en una de esas controversias de contrabarrera que se arman en los toros: -iSeñorito con morgan! El morgan es el coche molón de Pablo, este gran periodista de alma cosmopolita y tristeza velazqueño/becqueriana. La frase de Corcuera, que es el ministro/obrero que tienen los socialistas para enseñar, aflora de un fondo equivocado y oscuro, odiador y confuso, muy común todavía, ay, en la sociedad española

El ministro/electricista (y esto no es peyorativo, sino meliorativo), no entiende a un señorito que está a su izquierda políticamente, a un señorito que liga a las mujeres por su fina tristeza sevillana o de donde sea, y que encima tiene un morgan. Es el viejo tópico obtuso y nacional de que la izquierda tiene que ser menesterosa y que la labor de un intelectual de izquierdas es repartir piojos. Ni siquiera ahora que ha caído el Muro de la desvergüenza -¿por qué lo llamaban «de la vergüenza"?-, las cosas acaban de estar claras. En este país, el católico piensa que los ateos son unos homínidos relapsos, maricones, narcos, peligrosos y un poco proxenetas. 

No entienden la grandeza de la moral atenida a sí misma, y no al castigo divino. El otro día me lo dijo Emilio Romero, tras hacerme grandes elogios literarios, que le devuelvo: - Bueno, pero tú no crees en nada ¿no? - En nada, pero esa nada es de izquierdas. 

La derecha comprende, aunque se hace la distraída, que Nicorredondo sea sindicalista y que la horda sea roja. Para eso es la horda. Hasta ahí llega la derecha. Lo que la derecha ya no quiere entender, porque le concierne en su mala conciencia, es que un señorito con morgan sea director de un periódico de izquierdas. Es la simplificación que hemos visto en «La forja de un rebelde», que yo llamaría (se lo dije ayer a Sara Mora) la forja de un mediocre: los buenos son buenos y los malos son malos. Hay que ver lo malísimo que es Simón Andréu en ese culebrón (Andréu, que, por otra parte, lo hace muy bien). Los «agrarios» de Gil Robles no eran así. Eran más listos y con mejor urbanidad en sus maldades. Y los intelectuales de izquierdas no eran necesariamente secos, sosos, tensos, lacónicos y coñazos (y menos teniendo una señora como la gentilísima y espumosa Lidia Bosch). El electrosocialdemócrata Corcuera no se aclara (ni tampoco otros compañeros suyos de Gabinete con más estudios) con esto de que a la izquierda de su izquierda nominal haya dandies como Antonio Gala, aristócratas como Sartorius y señoritos con morgan, como Pablo Sebastián. ¿Pero la izquierda no eran ellos? Pues no. «A mi izquierda el abismo», dijo Alfonso Guerra. Pero en el abismo estaba Juan Guerra, con un «busca» y un teléfono, haciendo negocietes, como él los llama, esos negocietes que hacen los parados, siempre que se apelliden según y cómo. En España hay ahora mismo dos izquierdas, como toda la vida. 

La izquierda fáctica y sindicata de Gutiérrez y UGT, y la izquierda de los señoritos con morgan, que son quienes están jodiendo el invento a diario desde los periódicos, las conferencias y la cosa. Se llaman Aranguren, se llaman Imanol Arias, se llaman Aitana Sánchez-Gijón (Norma Duval, en cambio, se decanta por Aznar ), se llaman García Hortelano, se llaman antiotanistas proféticos (frente a los señoritos otánicos que la cagaron). Señor ministro, señor Corcuera, con todo el respeto y distancia que me inspiran su cargo y persona, le prometo que la izquierda española está hoy en las fresadoras de muchos curratas y en el morgan de algunos señoritos. «¿Es que los rojos no éramos nosotros?», se preguntará usted con honradez electrodoméstica. Pero la libertad, que es una chica postmoderna, mejor que en los rolls del Poder se pasea en un morgan descapotable.

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