Hartos de políticos y banqueros

En la entrega de los Premios Príncipe de Asturias no estuvieron este año los políticos, enrabietados en la última recta electoral. Sí estuvo casi toda la gran banca, desde Mario Conde a Pedro de Toledo y Sánchez Asiaín, con el hierático y distante Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, oculto para la mayoría detrás de un ejemplar del «Financial Times». 

Allí estaba la España florentina enfrentada a sí misma en las conversaciones y raptos de pasillos: Rafael del Pino enarbolaba el estandarte de la «beautifull people» antes de retirarse a consultar a sus meigas, de la misma forma que consultaba el incombustible Pío Cabanillas a Rubio, y Antonio Garrigues a Enrique Sarasola, que hasta se permitía y permite hacer chistes sobre el PSOE y sobre su amigo, Felipe González. José LLado, el que fuera ministro y embajador en la capital del imperio, se limitó a estar.

Casi igual que el otrora poderoso y duro Pablo Garnica, el sábado perdido en lo más alto del anfiteatro junto al suarista y polémico expresidente de Renfe, Alejandro Rebollo. Feliciano Fuster y Oscar Fanjul, ministrables ellos y poder socialista ellos, acechaban en la oscuridad, «fuera de foco», en un ambiente en el que la ventaja del terreno la tenían los que fueron y siguen siendo, los maestros de lo eterno, los que tuvieron un distante pacto con el ocaso del franquismo, un pacto distante con la dislocada UCD, y un estrecho pacto con el emergente y arrogante socialismo. Los académicos que acompañaban al premiado Gullón hicieron suyo su lamento contra la fría ciencia, engullidos como él en la retórica de las bellas frases decimonónicas. 

Eran un grupo pequeño y compacto, encerrado con su razón histórica tal y como Marsé encerró a los españoles con un sólo juguete. Son ya una generación alejada para siempre de el Príncipe.

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