Marina Abramovic la artista rarita
La creadora española, afincada en Bélgica, acepta a regañadientes nuestra petición. «No me gustan las exposiciones de artistas femeninas porque ya en su nombre entrañan una discriminación», espeta Dora García en un mensaje enviado a la carrera desde su iPhone, «y una actitud paternalista insufrible», zanja cuando aún no nos hemos recuperado. A pesar de todo, elige a sus favoritas.
«Me interesan Hannah Höch, Rosemarie Trockel y Dorothea Tanning.» Tres autoras de épocas y estilos distintos: Höch formó parte del movimiento Dadá en Alemania, Trockel posee un fuerte discurso feminista y crítico, mientras que Tanning es una creadora norteamericana de principios del siglo pasado.
Eso sí, «ninguna de las tres tiene nada que ver con lo que el patriarcado artístico puede considerar arte femenino, noción que Trockel ridiculiza directamente». Por su parte, Höch y Tanning «son dos magníficas artistas que afirmaron su posición en un momento en el que era difícil ser reconocida como creadora», y en un contexto en el que «parecía absolutamente necesario acostarse con Max Ernst» para ser considerada socialmente. Pese a la concesión, García vuelve a su posicionamiento inicial: «Son tres modelos de artistas a secas, sin añadir la coletilla de mujeres, con los que me identifico por su valentía y su sentido del humor libre de compromisos».
De las artistas que han participado en este artículo, Vieites es, quizá, la que despliega un discurso más feminista en su obra. Por eso, la idea de segregar a las mujeres en una única exposición no acaba de interesarle. «Tenemos que contextualizar este tipo de iniciativas. Hemos asistido a infinidad de exposiciones en las que sólo participaban hombres sin que nos llamara la atención.» Aunque sí le interesan «las exposiciones de mujeres de carácter activista». Y es que antepone el espacio político de arte feminista a la idea del arte de mujer. Su elección, por tanto, «tiene que ver con las genealogías propias en mi proceso de formación», es decir, cómo lo que sucedía en el momento en el que se formó como artista ha marcado inevitablemente su trabajo.
En ese contexto, aparecen dos figuras de generaciones distintas que, sin embargo, las artistas parecen emparentar: Hannah Höch y Rosemarie Trockel. La primera le atrae «por formar parte del movimiento Dadá», que le interesa especialmente, y «por su uso del collage, la idea del absurdo y del sin sentido y la utilización de un lenguaje radical en la práctica artística». Trockel, por su parte, fue un descubrimiento de juventud, una puerta de entrada hacia las cuestiones que más interesan a la artista vasca: «en los 80 me hizo reflexionar sobre la práctica artística desde una perspectiva feminista».
La fotógrafa barcelonesa Montserrat Soto selecciona cuatro mujeres muy comprometidas con «el entorno social. Son artistas críticas» y con una forma de trabajar «que va más allá de una sola formulación». A la hora de explicar su opción, Soto forma parejas extrañas. Por un lado, la performer serbia Marina Abramovic y la artista conceptual francesa Sophie Calle: «Ambas trabajan sobre sus propias experiencias y su propia vida, llevando sus investigaciones a traspasar lo meramente personal para llegar a recoger la experiencia universal del ser humano».
Las norteamericanas Barbara Kruger, que lanza eslóganes al estilo de la publicidad pero con mensaje de género, y Jenny Holzer, cuyo trabajo es conocido por su fuerza visual, también le atraen. «Me interesa su compromiso social, cómo han demostrado su faceta de pensadoras activas, no sólo hacia el entorno más inmediato, sino también respecto al arte.»
La elección de esta artista catalana afincada en Nueva York -cuyo trabajo hace una dura crítica a la sociedad de consumo mediante dibujos, instalaciones y vídeos- es, cuanto menos, diversa. «Me resulta difícil explicar el ímpacto que Frida Kahlo, Jenny Holzer y Barbara Kruger han causado en mí desde que descubrí su trabajo al contar con 18 o 19 años», explica desde su estudio neoyorquino. «Su fuerza todavía sigue siendo un recordatorio de mis aspiraciones como artista.» De la mexicana, supo «que la fuerza creativa está en el mismísimo interior, el centro que ella se encargó de abrir en dos como un cuchillo».
Ese ímpetu, dice, tiene que ser «algo propio, íntimo, visionario y transformativo». De Jenny Holzer le fascinó «la economía de su trabajo». Para Partegàs, la norteamericana «hizo bombas de relojería con unas simples listas de enunciados sobre papel blanco a modo de póster, y empapeló las calles de Nueva York».
Por último, Kruger «da la vuelta al lenguaje publicitario, lo carga de dudas, de contradicciones; con las zonas oscuras y la dificultad que representa ser un ciudadano del mundo contemporáneo actual». No es casualidad que esos conflictos, se hayan convertido también en el objeto de su trabajo.
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