Bisbal el éxito de la llaneza

Hay artistas que huyen de cualquier divismo y basan en la cercanía su relación con el público. David Bisbal pertenece a esa categoría. De algún modo es el chico de al lado al que todos han visto crecer hasta su categoría actual de estrella latina global. Él interpreta el papel a la perfección y sabe corresponder a tanto afecto por medio de continuos guiños a los que él considera «mi gente».

Se genera así una comunión peculiar en sus conciertos que anoche volvió a provocarse en su esperada actuación en el Palacio de los Deportes. Pasados cinco minutos de las diez se hizo la oscuridad total desatando la histeria general, durante un intervalo en el que los músicos (dos guitarras, bajo, teclados y batería) tomaron posiciones. Unos latidos acompañados de guitarras anunciaban la intro de Sin mirar atrás. En el centro se adivinaban los característicos rizos rubios de Bisbal, que enseguida pasó a primer plano ataviado con una camiseta negra de capucha, chaleco vaquero, pantalón gris y botas altas.

La vocación por endurecer su sonido fue patente en el protagonismo de guitarra y bajo, que acabaron compartiendo protagonismo con el cantante en ese primer tema. Siguió esa tónica al enlazar a capón Esclavo de sus besos, animando a los cerca de 15.000 asistentes. Con una escenografía sencilla pero efectiva, en la que destacaban 70 metros cuadrados de pantallas de led, distribuidos en seis columnas y un panel central, se desarrolló todo el recital, un aderezo encaminado a arropar pero no deslucir los endémicos requiebros vocales del almeriense.

Por fin se dirigió a los allí convocados: «Muy buenas noches, Madrid. La gente de mi tierra. Mi España, ¡qué arte! Cuánto os he echado de menos en mis conciertos fuera. Menos mal que dentro del repertorio había una canción que me hacía viajar a mi tierra, Andalucía». Se refería, claro, a Al Andalus, el tema que interpretó a continuación, para meterse después por derroteros de baladas y medios tiempos. Concluyó ese bloque cantando de rodillas, recuperando después su tono más bailongo con Oye el boom y un medley de temas latinos con el que sus giros y piruetas se multiplicaron.

Con un cambio de vestuario, en este caso de traje, enfiló una segunda parte marcada por títulos como el sentido Mi princesa, Ave María o Bulería, sin olvidar una versión del éxito 'raphaelesco' Escándalo, acompañado por el mismísimo Raphael.

Para los bises se reservó su himno mundialista Waving Flag, Silencio y se despidió entonando una vez más Esclavo de sus besos. Cuadratura del círculo para una noche con aroma a consagración de un chico sencillo. El éxito de la llaneza.

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