Chicas con la entrepierna vaporosa

Lamento no haber disfrutado en directo de las movidas (en sentido literal, sin ningun parentesco con el simbolismo que adjudicaron a la dichosa palabra los posmodernos, los relaciones públicas del PSOE y provincianos con hambre de Arcadias) que se han producido en la cúpula del codiciado juguete. ¿Mantiene aún la sonrisa el lacayo del Gran Hermano? ¿Qué media de palpitaciones sufren los corazones de trepas derrocados; vengadores pacientes; amigos de uno que conoce a un amigo de los nuevos mandarines; encajadores profesionales; productores sin el contrato amarrado; chicas y chicos de entrepierna vaporosa a cambio de una oportunidad; estrategas del medio y del mensaje, intrigantes genéticos y demás entrañable fauna? 

¿Cómo van a organizar nuestra felicidad los nuevos mecenas? ¿Qué colorido y diseño van a inventar para disfrazar sus mentiras? ¿Van a regalarnos pornografía dura? ¿Seguirán abusando de ese grotesco eslogan de «la televisión publica está al servicio de todos los españoles»? Después de saturarme en la televisión alemana con un torrente de imágenes planas, concursos estúpidos, presentadores sospechosamente clónicos de nuestros bustos parlantes, mi masoquismo empezaba a añorar los fetiches cotidianos. 

El primer contacto no me facilita la risa ni el sarcasmo. Mercedes Milá interroga con nervios templados, miedo contenido, naturalidad forzada e inevitable pudor, a dos personas con el síndrome de Down. A dos mongólicos, para entendemos. Atravieso por sensaciones de estupefacción, morbo, admiración, piedad, comprension parcial. 

Hay territorios emocionales que se bordean e intuyen. Ese chaval sorprendentemente irónico, obsesionado con el padre muerto, y esa chica inteligente y receptiva, que reclaman el abandono de su supuesta condicion de «freaks», tienen derecho a la protección de los dioses, a sentirse amados y necesitados, a resistir contra la soledad obligada y la intolerable desesperación, a que nadie les haga daño.

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