Ezio y los poderosos de Borgia

Roma es la protagonista, pero también hay un sitio para España. Porque Assassin's Creed: La Hermandad se viene a este lado de los Pirineos. No en la actualidad, claro sino en el siglo XVI, cuando los Borgia dominaban la tierra. En sus viajes, Ezio Auditore, el protagonista, recala en Navarra, concretamente en Viana. Sólo una etapa en un periplo donde lo que realmente luce es Roma.

El escenario viene a ser como un inmenso parque de juegos en el que Enzio puede hacerlo todo. Roma se vive, se juega y se siente. Los caminos fluyen con naturalidad, el diseño de mapas es sencillamente magistral. Y eso que, de buenas a primeras, parece que estamos ante un juego que se limita a calcar el anterior. Apariencia engañosa, nos apresuramos a afirmar, pero que se debe en gran medida a que el propio protagonista no ha cambiado demasiado, con un conjunto de habilidades que en gran medida siguen siendo las mismas que la anterior entrega, algo que no importa a la hora de avanzar por la gloriosa ciudad, pero que convierte los combates en algo demasiado rígido a veces, poco natural.

La Hermandad del título está justificada: Enzio se gana el favor de las clases bajas que vagan por Roma, conversa con ellos y los contrata. La cosa cambia a medida que se avanza en la partida y en su cruzada personal contra los Borgia, Enzio termina aliado con versiones de sí mismo, como quien dice. Queda bien estéticamente y añade a La Hermandad un componente de juego dentro del juego y uno se ve a sí mismo totalmente enganchado en la gestión de nuestros compañeros asesinos, enviándolos a misiones y mejorando su efectividad.

Es esa sensación de variedad la que hace de éste un juego ampliamente superior a su predecesor. Se nota, por ejemplo, en las misiones. No sólo porque estén mucho más trabajadas desde un punto de vista del diseño (son más originales y desafiantes, están ejecutadas con más imaginación y dominio de las reglas no escritas del género), también porque el espectro de situaciones se ha visto incrementado: asaltos, huidas, asesinatos por encargo. Todo sin renunciar a los rasgos propios de la saga. Vamos, que Assassin's Creed: La Hermandad es un juego continuista, pero en su justa medida. No se limita a trasladar las maneras de una entrega a la otra, sino que dota al nuevo capítulo de un discurso común y fácilmente reconocible, pero con sus propios códigos. Algo que, si lo piensa, es lo que sólo pueden hacer las grandes series. Y ésta, por si no le había quedado claro a usted, es una de ellas.

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