Mazurca para dos muertos

Con buenos «posmodernos» nos hemos acostumbrado a leer narrativa actual, pensando que íbamos a encontrar respuestas, situaciones, personajes, que refracten el proceso de mutación, la deconstrucción de las superestructuras subjetivas, la reterritorialización del deseo.

Sin embargo, se advierte que son pocos, si es que los hay en este país, los narradores de hoy que alcanzan a fabricar un pedazo de realidad. Y de repente, nos cae encima un Cela/Nobel, un escritor de posguerra, que a la gente joven nos parecía de otros tiempos, de antología, y nos vemos recalando en una escritura distinta, en un registro ultrarrealista, en el que se ha injertado la licencia lírica: en Mazurca para dos muertos alternan tiempos narrativos, se multiplican las voces de la narración, con una sintaxis hipercompleja, un lenguaje coloquial, patronímicos, toponimias y el inusual dativo gallego de participación. En Mazurca para dos muertos sabemos, de entrada, que Baldomero Marvis/alias Afouto ha sido asesinado en 1936, y cuatro años después, Fabian Minguela, su asesino, será ajusticiado. No se trata de una trama policial, pese a que se propiciará un desvelamiento paulatino de las circunstancias del crimen, esta vez desde la estructura centrípeta, en la que se vuelven a retomar los hechos, así como episodios diferenciados, y se va agregando más información a esos mismos hechos, según va avanzando la narracion.

Podríase afirmar que la peripecia criminal es el hilo conductor/el pretexto que da pie al retrato de costumbres de la Galicia rural, y yuxtapone dos visiones del mundo: una conservadora, ahistórica, con la pertenencia al orden natural, al clan, a las tradiciones seculares, y como contrapunto, la óptica histórica, dinámica, la dialéctica del progreso. La narración no se vertebra en torno a un yo/ego de tipo totalitario, encaramado en la primera persona, sino en una imbricación de voces, en una polifonía de los puntos de vista, entre los que cabe destacar el de Camilo, que interioriza las huellas de la memoria de Robín y su tarea autobiográfica: «Hay cosas muy lejanas y cosas más próximas, la memoria revuelve el tiempo de los sucesos», enuncia Robín, y le incumbirá al tiempo de la memoria, subjetivo y arbitrario, con su lógica propia, reconstruir los hechos en boca de Camilo (entre otras).

Camilo ha regresado escenario del crimen años después, para recolocar los hechos y despejar incógnitas, por medio de la instrumentación del texto de Robín, y de los testimonios indirectos de los habitantes del novelón, de la plétora de personajes que se dedican a copular, como instancia de socialización primaria. Después de la guerra nada volverá a ser igual, tan sólo permanece la letanía quejumbrosa del tiempo.

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