Vídeojuegos para delincuentes

La senadora estadounidense Hillary Clinton ha encabezado un movimiento de protesta en su país contra la comercialización y venta de un videojuego en el que la gracia consistía, consiste, en fornicar con una prostituta a la velocidad y ritmo que al cliente le convenga -más deprisa, más despacio, agónicamente, visto y no visto-, con una particularidad que lo hace directamente repugnante: el cliente tiene la oportunidad de golpear a la prostituta virtual, de pegarle en la cabeza con un bate de béisbol, no sabemos si hasta llegar a matarla o sólo a dejarla malherida junto a la cuneta de la pantalla del ordenador. 

También puede violarla si ése es su gusto, o robarle, que es la más discreta de todas las opciones que el juego ofrece a los usuarios.

Esto es, sencillamente, la exaltación del delito en todos los órdenes posibles. Lo que ese videojuego hace no es proporcionar el dudoso placer de fornicar sin fornicar, que ya sabemos que hay gente pa tó. No, no, lo que hay en él es toda una gama de delitos, bajezas e indecencias sociales que se exhiben como practicables y que, desde ese mismo momento, reciben por parte del vendedor e, inevitablemente, del comprador la pátina de lo aceptable.En definitiva, es un negocio montado sobre un planteamiento destructor de las normas de comportamiento que hacen posible la existencia de sociedades armónicamente organizadas. Es puro ácido sulfúrico, visto desde una perspectiva de ética ciudadana.

Ha cumplido con su obligación Hillary Clinton lanzando la voz de alarma sobre este juego, que, supongo, no es más que uno de los miles de entretenimientos virtuales que tienen como base el asesinato, la agresión, el racismo, el robo y la delincuencia organizada. Que haya adultos que los consuman es lamentable y peligroso, porque descerebrados existen a patadas, y son los que nutren con mayor facilidad el humus en el que crecen después las grandes redes delincuenciales y los líderes de totalitarismos y fanatismos de diferentes facturas.

Pero que pasen a manos de adolescentes, que carecen de unos instrumentos mentales y de personalidad asentados, es un delito perseguible sin piedad. Y los argumentos, literalmente border line, según los cuales lo que Clinton está intentando con su protesta es impedir a unos cuantos pirados practicar sexo virtual son una majadería sideral. Lo que esta señora y algunos otros dirigentes políticos del país están haciendo es decir, simple y llanamente, que no todo vale.

La respuesta de los damnificados por la suspensión de la producción de este juego, que ha vendido nada menos que 6 millones de copias en todo el mundo, ha sido ésta: «Y ahora no podremos practicar sexo en el Grand Theft Auto, pero sí estará permitido seguir atracando comercios a mano armada, masacrar a los clientes para que aflojen la pasta, robar coches, asesinar peatones impunemente, saltarse todas las normas de circulación, robar armas o hacer trabajitos para la mafia. Eso es mucho mejor». No, hombre, no.Ese otro tipo de entretenimientos no es mucho mejor, es igualmente deplorable y debería estar controlado y perseguido, porque supone, ni más ni menos, una incitación al delito o al crimen. El relativismo moral es suicida, no lo duden.

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