Esto sí es la guerra

Desde el pasado mes de junio, la localidad gallega de Cangas del Morrazo respira aires de guerra civil. Dos bandos, los partidarios del alcalde socialista Lois Pena, que tuvo que huir del pueblo para evitar un linchamiento popular, y los detractores, gran parte de los vecinos, viven desde entonces enfrentados a continuas denuncias de agresiones y amenazas. La decisión de Lois Pena, alcalde de Cangas del Morrazo, de realizar una revisión catastral que suponía a algunas familias subidas de hasta el 500 por ciento fue el desencadenamiento de las hostilidades. Sólo el día del entierro de su ex mujer, el alcalde se atrevió a poner de nuevo los pies en el pueblo y los incidentes que se produjeron durante el funeral debieron hacerle desistir de intentarlo otra vez. Seis meses después de que comenzara la batalla, el Ayuntamiento sigue sin gobierno, Lois Pena continúa en el destierro y los vecinos aún todavía montan guardia para impedir el regreso del alcalde.


En un bar de Cangas, varios vecinos se arremolinan en torno a un viejo pescador ya jubilado. Celestino, así le llaman, se ha convertido en el juglar del pueblo. Todos los sucesos de Cangas han pasado a ser poemas que guarda celosamente en el bolsillo interior de su cazadora. «Siempre me ha dado por escribir -dice-. La gente me cuenta lo que ha pasado o lo veo yo mismo. Hago poemas de todo. De mis hijos, de los marineros, del pueblo. Tengo toda la historia». Suso le ayuda a sacar las cuartillas. Celestino sufre una parálisis que ha dejado sus manos prácticamente irreconocibles. Apoyado en la barra, improvisa dos poemas dedicados al alcalde. «Ya veremos lo que hacen / esos grandes andulones / y cuando llegue a este pueblo / le han de temblar los cojones». El pareado es casi perfecto. Los vecinos ríen. El alcalde huido sigue siendo el tema preferido de conversación.

A cinco kilómetros de Cangas, en Moaña, vive la familia Pena. El hermano de Lois, Cándido, es también el alcalde. Los domingos la familia se reúne. Lois Pena viene de Vigo, y los hermanos, ellos dos y el pequeño que trabaja como calderero en la construcción naval, pasan el día en casa de su madre. «Mi hermano es un sindicalista nato y un luchador empedernido -dice Cándido-. Llevó muchos palos en la dictadura. Tiene un aguante increible. Otros ya hubieran tirado la toalla». En la sede del PSOE de Moaña, una docena de militantes socialistas se aplican en la tarea de embuchar los sobres con la propaganda electoral. Lois está con ellos, pero cinco minutos después, como si estuviera condenado a huir permanentemente, se escabulle y se va. Cándido apoya a su hermano en su decisión de no dimitir. «Tiene toda la confianza del partido.

No es un problema de dimisión, sino del sistema. Llevamos mucho tiempo luchando por la democracia y es jodido que después de llevar tantos años peleando quinientas o mil personas quieran hacer por la fuerza lo que no hacen en las urnas». De Cándido dicen que es el alcalde más golfo de Galicia, y él mismo lo cuenta con la sonrisa en los labios. Antes de acceder a la alcaldía de Moaña fue fundador del Festival Intercéltico del Morrazo. Asegura tocar la gaita, el bombo, el tamboril, la pandereta y el charrasco, un instrumento autóctono a medio camino entre la cuerda y la percusión.

«Fuí el fundador de una asociación de gaitas, una de las mayores de Europa. No tenía nada que envidiar a las de irlandeses y escoceses. Como era concodio en el pueblo, la gente del partido se empeñó en que tenía que ser el alcalde, y aquí estoy». En el local del partido, los militantes de Moaña conviven con algunos de los concejales de Cangas. José Antonio Otero es uno de ellos. Tiene 38 años y había sido trabajador de las astilleros de Ascón. Ahora está en los fondos de promoción de empleo. «Me tienen que recolocar y si no pediré una baja incentivada y me buscaré la vida». Está convencido de que el alcalde de Cangas y los doce concejales socialistas son «pioneros de la democracia». José Antonio, conocido como «Barradí», asegura no estar dispuesto a abandonar el pueblo «ni a que me quiten mi derecho a votar». «En Cangas quedamos siete u ocho concejales. Están centradas las iras en nosotros.

Tengo toda mi vida allí y ninguna persona con palo y estaca va a conseguir echarme». Para José Antonio, desde el día de la toma de posesión del equipo de gobierno municipal se declaró la guerra. «Hubo patadas y sillas por el aire. No aceptaron que hubieramos ganado las elecciones». Ahora, según cuenta, todavía siguen sufriendo agresiones «hace ocho días me rajaron las ruedas del coche. Mi padre, ya mayor, no puede ni bajar al pueblo. Te persiguen en coche por la calle. Es una auténtica locura».

Dos personas, también concejales, están en su punto de mira: Mariano Abalo, dirigente del Frente Popular Galega, correligionarios políticos de Herri Batasuna, y Antonio Sangabriel, de Esquerda Unida Galega, el partido de Camilo Nogueira. «Ellos han manipulado a la gente. Son los responsables de todo». En el pueblo, sin embargo, las cosas se ven de forma muy distinta. Daniel Miranda, que dice ser el militante socialista nás antiguo de Cangas, afirma que cuando ocurrieron todos los sucesos «me di de baja en el partido y después de salir yo se marcharon ochenta más. Intentamos ver a los dirigentes de la asociación comarcal para explicarles lo que estaba haciendo el alcalde, pero no nos hicieron ni puñetero caso».

Junto a él, otro vecino que no se atreve a dar el nombre arremete sin piedad contra Pena, el alcalde. Lleva gafas y un jersey marrón. Antes regentaba un bar en el pueblo pero ahora está jubilado. «He tenido ya tres denuncias y el otro día me mandaron la cuarta. Si ven mi nombre publicado son capaces de ponerme otra». A su juicio, Lois Pena no ha hecho nada por Cangas del Morrazo. «Es un sirvengüenza». La misma opinión sobre el alcalde tiene Jesús. «A la mayoría de los concejales del Partido Socialista, si les estrujaran como a las uvas saldría orujo». «Y malo» apunta otra voz a su espalda. «Este hombre -dice Jesús refiriéndose al alcalde- se emborrachó de poder. Es un paranóico, un enfermo mental que padece de manía persecutoria.

Yo fui uno de los que le votaron y me asqueo por ello». Jesús, un empleado de la marina mercante, ahora en paro, no se anda con contemplaciones ni miramientos. Afirma que Lois Pena debería estar en la cárcel «por los delitos que ha cometido contra el pueblo» y resucita el conflicto de la Alameda, un paseo de Cangas que iba a ser remodelado y cuyo proyecto levantó la oposición frontal de los vecinos. «Con nocturnidad y alevosía cogieron una pala mecánica y levantaron el suelo. Al día siguiente la gente lloraba de tristeza. La Alameda era una institución. Es el lugar de cita. Allí se hablan de los problemas del Ayuntamiento del mar, de todo».

En La Alameda, un marinero de piedra apoyado en un remo vive ajeno los problemas y batallas del pueblo. Encima del monumento al marinero, un busto recuerda a José Félix Soage Vilariño, un emigrante que al regresar de América donó a Cangas del Morrazo el paseo. A su lado, junto a bancos de piedra erosionados por el tiempo, perviven los escombros del asfalto removido por las obras. El benefactor de Cangas contempla la escena con indiferencia. Las estatuas son las únicas que no han declarado la guerra.

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