El fuego de marzo

De tanto meterle fuego a la prensa canallesca, al ministro Semprún se le ha puesto cara de fallera mayor, dice mi amiga la Susi. Está de lo más propio, si se fijan bien. Gracias a su verbo flamígero contra la prensa irresponsable y amarilla, el ministro Semprún tiene de pronto labios candentes, pómulos radiantes como brasas, andares fogosos y unas ganas de mascletá que no distingue. O sea, que es como Brigitte Bardot, pero en levantino.

En la madrugada de ayer, Valencia ardía como una zagala montaraz, pero el ministro Semprún, mitad emperador romano y mitad moza de la huerta, probablemente se hizo conducir a su anfiteatro particular en parihuela, con un fabuloso traje antiguo de valenciana, cárdeno y oro, y se asomó a ver cómo ardían de indignación todos los yurnales del país, bajo su lengua de fuego, hasta que no pudo resistir más tantísima emoción y dos lagrimones críticos se le escaparon como suspiros de los párpados nerones. Oh, la, la, qué numerazo. La culpa, dice la Susi, es sin duda de la primavera. Ella lo comprende mejor que nadie porque, con estos calores tempranos, a cualquiera le hierve la albufereta y el señor Semprún no tiene por qué ser una excepción. La primavera ha venido, arde marzo con sus fuegos nocturnos y depredadores y al ministro Semprún se le ha puesto la lengua valenciana y pirotécnica, qué le vamos a hacer. En estos días frutales y ardorosos un incendio joven se inicia en todo el hemisferio y la lengua incandescente del señor ministro es una parrilla donde la prensa se pone flambé. Oh, la, la, qué martirio.

Marzo tiene siempre un ardor tan nuevo que no hay miguelete que resista ni turia que lo alivie, pero este marzo del 90, aparte de que el señor Semprún se nos haya puesto «Fahrenheit 451», nos está trayendo quemazones muy hirientes. El fuego enmascarado y tenaz de la especulación acosa a Doñana (la especulación es una piromanía astuta y sedentaria, una piromanía de guante blanco), pero sobre eso el ministro Semprún no ha dicho ni palabra. Puede que, bajo una óptica parisién, Doñana no sea cultura, y está claro que los bichos de la prensa hieren muchos más la sensibilidad pepebotella del señor Semprún.

Menos mal que en marzo brotan los almendros y las calenturas, lo dineros negros van calcinando por su cuenta el país como un napalm de lujo, y el ministro Semprún puede concentrarse en asar a la prensa sanlorenzo y asomarse a sus balcones para disfrutar el espectáculo. Oh, la, la, qué belleza. Tiene el ministro Semprún, ahora que en su alma anidan como codornices los fuegos de marzo, una rara aureola de reina de las fallas, y es que pensamos que el ministro, cuando se nos pone dragón, rejuvenece mucho. Sólo le queda llorar a lágrima viva las consecuencias del incendio, pero la Susi me dice: darling, de un fallero tan aversallado como él, no esperes más que lágrimas lacoste. Oh, la, la, qué chic.

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