El último Beatles vivo

Esta noche, por fin, actúa Paul McCartney en Madrid. Veinticinco años después de la presencia semiclandestina de los Beatles en las Ventas, el espíritu vivo del grupo llenará esta noche el Palacio de los Deportes de la Comunidad. Llega McCartney en su «jet» particular, acompañado de su esposa y alter ego, Linda, y el resto de la banda. Un total de 140 personas compone el impresionante séquito del cantante. El equipo que utiliza en sus conciertos, un dechado de calidad en cuanto a luces y sonido, ha de ser transportado en trece camiones. . Esta última gira del ex beatle está resultando particularmente espectacular. 

Comenzada en septiembre en Suecia, le ha llevado hasta países tan poco habituales como Hungría. Y es que McCartney está al loro. Su apoyo a la «perestroika» y la democratización de los países del Este se concreta en su versión renovada de Back in USSR. En su última y meteórica visita a España, no para actuar, sino para encararse con los medios de cominicación, el ex beatle se vio rodeado por donde quiera que fue por una nube persistente de periodistas. Para tratar de evitarlos, además de los distintos secretos del sumario que los organizadores mantienen, ha reservado habitación en varios hoteles de Madrid sin decidirse hasta ahora por uno. Caprichos prácticos que sólo un rey Midas puede permitirse.

Lo de rey Midas es un apodo inevitable para quien convierte en royalties todo lo que toca. No sólo lo que toca en ese bajo especial para zurdos que maneja, sino también lo que adquiere, lo que invierte. McCartney no necesita tener buena mano para los negocios: tiene duende. Paul McCartney arrastra una fama de niño bueno que nunca se ha molestado en desmentir. Si en los tiempos de los Beatles John Lennon era el radical de la banda, George Harrison el oriental y Ringo Starr el hortera, McCartney eludía toda estridencia en un tiempo en el que se llevaban quizás demasiado. La fama de blando le persigue. «Comprendí demasiado tarde», dice, «que a la gente le gustan los perdedores. Le gusta sentir que tienes defectos. John los mostraba. Yo los escondía». 

No pudo esconderlos en Japón, hace nueve años: le cayeron ocho días de cárcel por posesión de marihuana. «Era el infierno. Estaba acojonado por si alguna vez me violaban». Con 47 años a sus espaldas, casado hace veinte -escúchese su reciente himno a la monogamia We got married-, padre feliz de tres hijos, es uno de los escasos ejemplos de estrella del rock que no ha caído, que se sepa, ni en las drogas, ni en el alcohol, ni en la glotonería, ni en la locura. Vegetariano desde hace diez años, sigue conservando, a pesar de los años, su carita de ángel. McCartney, que ya había colaborado con cantantes como Stevie Wonder -Ebony and ivory-, manifiesto antirracista bienpensante- y Michael Jackson -que no paró hasta conseguir grabar con él Say, say, say-, cuenta en su último disco, Flowers in the dirt, con la participación del impredecible Elvis Costello, uno de sus discípulos aventajados. Flowers in the dirt reincide en el McCartney que todos conocemos desde que los Beatles desaparecieron. 

Buenas melodías, producción cuidada, aire de placidez y letras modosas. Pese a que su vida actual parece no tener problemas, sabe tratarlos en las canciones. Y es que los buenos autores de canciones se disfrazan de otros para cantar y contar lo que no les ocurre a ellos. Por ejemplo, en You want her too recrea un problema de amores y celos, a medias con Costello, y en Distraction se tratan problemas matrimoniales. Pero los suyo son canciones como This is one o el ya citado We got married, radiantes de felicidad y optimismo.

No es cierto que McCartney no se moje. No es un oportunista ni un traidor, como gustan de pensar algunos puristas. En este último disco hay una canción, The day is done, en homenaje a Chico Mendes, el seringueiro brasileño asesinado. ¿McCartney al rebufo de Sting? En absoluto: el problema ecológico está presente en sus canciones desde Mother Nature's Song (1968) y su primer disco con los Wings se llamaba Wild life. Desde que comenzó su carrera en solitario, el bueno de Paul ha obtenido veintiún discos de oro. No se quedará ahí, nobleza obliga. Quien en su día fue capaz de componer y cantar Yesterday puede recuperar en cualquier momento el aliento y sorprender al más descreído. Hoy podrán comprobarlo los afortunados que hayan llegado a tiempo a comprar las entradas, que andarán por las nubes en la previsible reventa. Watios y decibelios perfectamente ajustados en un recinto poco apropiado. Una fiesta sonora y visual en honor de la nostalgia y la vitalidad a prueba de bombas. Es él, por fin está aquí. Se llama Paul McCartney.

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