El Vaticano el último bastión

Greg Burke ha cubierto las guerras del Líbano y Afganistán. Pero ahora este periodista estadounidense de 52 años, miembro del Opus Dei y que lleva más de dos décadas en Roma como corresponsal -primero de la revista Time y después de la cadena Fox-, tiene por delante el reto más difícil de su carrera: hacer que el Vaticano deje de ser noticia por sus escándalos y polémicas. 

Es evidente, desde hace ya tiempo, que la Santa Sede tiene un problema grave de comunicación, algo que la reciente filtración masiva de documentos reservados o las acusaciones de falta de trasparencia contra el Banco Vaticano no han hecho más que subrayar. Esas últimas controversias han llevado a la Santa Sede a dar el paso de llamar a Burke y ofrecerle el puesto inédito de asesor de comunicación de la Secretaría de Estado vaticana. Mañana tomará posesión. Un destino alejado del que Burke soñaba como buen aficionado al fútbol: entrar en la oficina de prensa del Roma, su equipo del alma... 
Pregunta.- ¿Comparte la crítica de que la comunicación del Vaticano no funciona?

Respuesta.- El Vaticano, como cualquier institución, tiene sus problemas. No quiero dar la idea de que voy a llegar yo y los problemas de comunicación se van a arreglar. La Iglesia es una institución que cambia lentamente, a pasos pequeños. Pero creo que hay cosas del mundo civil que puede aprender. El World Food Program, la agencia de alimentos de la ONU, tiene portavoces en todos los continentes. Y si vas a su web encuentras su e-mail y teléfono. El Vaticano tiene que dar pasos hacia la apertura informativa, rendir cuentas de sus actos. El hecho, por ejemplo, de que el jueves se abrieran las puertas del Banco Vaticano a 50 periodistas es un paso de gigante. Yo llevo casi 24 años en Roma y sólo una vez he tenido ocasión de pasar por su patio. 

P.- Pero fue una excepción. La realidad es que la Iglesia, en cuanto a comunicación, sigue siendo opaca... 
R.- El único misterio que debe haber en la Iglesia es el misterio sacro. No debe haber misterio para esconder las cosas que no están claras. Insisto: yo no pretendo llegar y cambiar todo. Pero se deben dar pasos hacia la apertura. El Banco Vaticano es un ejemplo perfecto. Si no tiene nada que esconder, debemos abrir sus puertas y mostrarlo, como hace cualquier empresa pública. 
P.- La línea de comunicación del Vaticano ha sido muchas veces arremeter contra los periodistas... 

R.- Es cierto, y no suele ser un método eficaz. Recuerdo cuando estalló el escándalo de los curas pederastas: en la primera rueda de prensa en el Vaticano hubo un cardenal que, en modo muy agresivo, salió diciendo que ya le gustaría a él saber cuántos pederastas había en otras profesiones, como la de periodista... No debería haber tenido esa reacción. Tendría que haber dicho: «He hablado con el Papa y, con lágrimas en los ojos, me ha dicho lo dolido y preocupado que está», que por otra parte es como estaba realmente. La lección ha sido muy dura, pero la Iglesia ha aprendido mucha comunicación a raíz del escándalo de pederastia y el Papa así lo ha reconocido en el libro Luz del Mundo. Habría que releer ese libro, porque lo único que se ha destacado de él ha sido que sí autorizaba el uso del preservativo en algunos casos. Yo mismo lo hice: para Fox realicé 10 servicios sobre el preservativo... 

P.- Su tarea será preventiva, ¿no? 
R.- Sí, mi objetivo será evitar que estallen polémicas y que se produzcan daños peores. Si se evitan podremos volver al mensaje fundamental de la Iglesia: predicar a Dios. Yo no soy un gurú de la comunicación. Pero sé cómo piensan los periodistas y ante un discurso del Papa sé cuál es la frase con la que titularán. 

P.- Ante el famoso discurso de Ratisbona, ¿se habría percatado del peligro de la frase que relacionaba islam y violencia? 
R.- Ese viaje del Papa fue uno de los pocos a los que no fui, porque me tocó cubrir la guerra del Líbano y me tomé unos días de descanso. El discurso en Ratisbona era muy largo y no sé si lo habría visto. Pero si hago bien mi trabajo, veré cosas así. Ésa es la idea. 

P.- ¿Cómo se coordinará con Federico Lombardi, el director de la oficina de prensa vaticana?

R.- Trataré de ayudarle en lo que pueda. Lombardi es portavoz del Vaticano, yo no. Mi trabajo será similar al que tiene lugar tras el escenario en la Casa Blanca. Allí hay un portavoz del presidente, que hace las ruedas de prensa y cuyo rostro se conoce en todo el mundo. Y luego hay un director de comunicación cuya misión es más de estrategia, de cómo transmitir el mensaje. Ese es mi trabajo. 
P.- Uno de los problemas es que a veces Lombardi no tiene información para confrontar a los periodistas porque no ve al Papa con frecuencia. ¿Cómo lo resolverá? 

R.- Una vez, a un amigo le pregunté si Tony Blair y su portavoz Alistair Campbell despachaban todos los días. «Despachan cada hora», dijo. Claramente, el Papa no debe hacer campaña política. Pero la Iglesia debe estar atenta a la comunicación. No sé si tendré acceso directo al Papa. Pero tendré mi oficina en la Secretaría de Estado, no en la oficina de prensa. Y eso es importante, porque me permitirá despachar a diario con mis jefes, que son personas con capacidad de decisión.

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