La influencia de los jesuitas

Los jesuitas siempre están ahí. Y su influencia también. Tal vez si Gérard Mortier no hubiera pasado por las horcas caudinas de las aulas bachilleras de los jesuitas en Gante no tendríamos en el Real a Marina Abramovic. En realidad, los jesuitas siempre han sido unos heterodoxos. ¡Con cuántas inquisiciones han tenido que enfrentarse!

Lo puso de manifiesto esta semana, en Comillas, en Alberto Aguilera, Fernando García de Cortázar, hablando de Diego Laínez, una de las figuras de la Compañía, del que se conmemoran los 500 años de su nacimiento. 

Laínez fue de los cerebros que lograron que el Concilio de Trento fuera el ariete de la Contrarreforma, con el triunfo del libre albedrío romano frente a la predestinación calvinista. También del triunfo del vanguardismo barroco frente a la tradición clásica renacentista. García de Cortázar, jesuita destacado además de brillante historiador, quiso subrayar en Comillas que los jesuitas son la mayor contribución de España a la cultura. Con alumnos como Mortier. 

Bien es cierto que en estos día de efervescencia vanguardista alrededor de Abramovic, en los Teatros del Canal, abriendo el festival Operadhoy, se ha estrenado un montaje de la obra de Luigi Nono (1924-1990), La selva es joven y está llena de vida, con textos y puesta en escena del dinamitero Rodrigo García. Fue un estreno mundial. Que haría subirse por las paredes a algunos abonados del Real, claro. Más allá de Mortier. 
García de Cortázar subraya que San Ignacio es el culpable de que la Semana Santa en Sevilla o en Valladolid sea como es, con sus dramáticos pasos. García en su montaje es muy dramático, siendo capaz de bañar a un Niño Jesús en chocolate, mientras se habla de Mourinho y Ronaldo. 

Esto del chocolate no sé si le hubiera gustado al comunista Nono. Como dejó bien claro, en su música quería que el receptor pudiera «escuchar lo que no se puede oír». Mucho menos, ver. Pero Rodrigo García es un barroco. Y hasta jesuítico. Malgré lui. 

La obra de Luigi Nono tuvo siempre una fuerte carga política, en un primer momento contra el fascismo. Rodrigo García lo intenta, en su guerra permanente contra las hamburguesas. Pero Nono se inclinó en su última etapa por el silencio como factor estético-político, después de ver una inscripción en nuestro Toledo: «No hay caminos, hay que caminar». Tal vez en ese caminar se encuentre, al cabo, García con Nono. Incluso con Mortier. En plan jesuítico.

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