Responso de goles, párroco insaciable.

La liturgia fue completa, como en misa de doce. Los feligreses acudieron en familia, un ángel, el Ángel Di María, llevó a cabo la anunciación de los goles y el Cristo Cristiano los hizo realidad después de repartir botitas de cristal en el vestuario como si fuesen panes y peces. Fue un Madrid eucarístico, en comunión con sus fieles. Antes del amén, sin embargo, el párroco reclamó su púlpito y advirtió de que toda fe es poca, como si su malditismo necesitara sentir siempre cercana la amenaza del apocalipsis. Si no, no es Mou.

Es posible que el ambiente festivo no colmara del todo a quien nunca interpreta su trabajo como una celebración, y quizás tampoco lo hiciera el empate azulgrana en San Mamés, que amplia a tres la distancia. Nada que decir. Pero el guiño a los aficionados radicales, al decir Mourinho que sólo había escuchado animar a quienes estaban detrás de la portería, estuvo de más. A partido más temprano, más familias, más niños, y si eso significa menos crispación, bien le está al fútbol. Quizás no haya sido nunca el Bernabéu un estadio hirviente, pero tampoco especialmente soez, de palabrota fácil.

El primer encuentro a mediodía de uno de los dos colosos fue un éxito logístico que abre un escenario nuevo. En lo deportivo, lo fue, asimismo, para el Madrid, aunque las diferencias con Osasuna no se debieran a los biorritmos. La distancia del líder con el equipo navarro es abismal desde lo básico, pieza a pieza. Pero este Madrid ha conseguido, además, una de las consignas de su ideólogo, y es que el todo sea mejor que la suma de las partes. Ésa es la parte de Mourinho que conviene separar y priorizar, porque en su caso no siempre se cumple su norma.

Es la parte que construye a un Madrid creciente en todos los órdenes, con autoridad en cada zona del campo. No se trata de una conclusión sacada a partir de un rival que nunca puede tomarse como unidad de medida, sino desde la tendencia de los últimos partidos. Contra Osasuna, no obstante, alcanzó su techo en un aspecto sintomático del cambio: la posesión. Tuvo el porcentaje más alto de toda la temporada: 75,2%. El mayor había sido contra el Racing (71%), curiosamente en uno de los dos choques de Liga en los que no consiguió la victoria, por lo que siempre hay que dar un valor relativo a las estadísticas y no olvidar que se gana con las ocasiones, no sólo con la posesión, a veces estéril.

De los siete goles que consiguió el equipo blanco, ninguno llegó como producto de un contraataque puro, otra diferencia sustancial con el pasado inmediato. Tan sólo el último, con el robo de Arbeloa en la frontal y el pase a Benzema, encontró el espacio propio de una contra.

Tres tantos llegaron en centros, por alto, uno de penalti y tres producto de combinaciones. La del tercero, obra de Higuaín, fue notable, con la intervención de Özil y Di María, que habilitó a su compatriota en el área. A partir de ahí, un quiebro y una parábola envenenada para Ándrés Fernández. Di María había dado el pase en el primer tanto a Cristiano y lo haría a Pepe en el segundo antes de retirarse, lesionado, por un problema muscular que se ocasionó al intentar salvar una pelota con un taconazo. El mejor hasta entonces se fue entre lágrimas. Una desdicha.

En el primero, Cristiano levitó en suspensión para cabecear. Haría lo propio en el cuarto, a centro de Arbeloa, para cerrar su duodécimo hat trick de blanco, después de un tanto, el cuarto de su equipo, de penalti. Su duelo con Messi, autor de uno en San Mamés, ya no es sólo a goles. En sendas acciones, Cristiano se elevó como un coloso, pero con todas las facilidades de una defensa blanda en esa suerte. Si un equipo opta por replegar sus líneas y defender tan cerca de la portería, debe ser mucho más contundente. Si no, es un suicidio. A medida que se consumaba, Mendilibar, que ya acudía con bajas y algún debutante, como Satrústegui, empezó a pensar en el siguiente partido. El chico acabó, además, expulsado y Osasuna se desangró con un hombre menos.

La lesión de Di María provocó la rápida salida de Benzema, pero ya ofrecidos sus tres pases, con el Madrid claramente por delante y pasado el susto del empate de Ibrahima. Había llegado como producto de una distracción. Los blancos protestaban a Álvarez Izquierdo por una falta al borde del área, cuando Raúl García, muy vivo, sacó a la derecha, sin pedir barrera, e Ibrahima batió a Casillas bajo las piernas.

El francés jugó en la derecha, junto a Higuaín, y llevó peligro constante, con un gol en el área y otro, el séptimo, de un eficaz punterazo. Mou aprovechó la coyuntura para ofrecer un plácido debut a Sahin, al lado de Xabi Alonso y no en su lugar, y como si tanta bonanza lo sacara de su registro, encontró sombras a una mañana en el paraíso, con perdón de Di María. Amén.

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