El Goya de la felicidad

Estamos sobre todo acostumbrados a un Goya genial y terrible. El de las pinturas negras, los fusilamientos, el del perro, el de los crueles retratos de la familia de Carlos IV... Hay, por supuesto, un Goya que traspasa su tiempo y que es uno de los genios de la pintura universal. Pero hay también (conviviendo, informándose mutuamente) un Goya soberbio pintor de su época, el de los cartones o los retratos aristocráticos o intelectuales: de Jovellanos a la Condesa de Chinchón. Y dentro de ese pintor intelectual y cortesano, hay en Goya -quizá sea el pintor más secreto- un rinconcito para lo que pudiera llamarse felicidad. El pintor algo rococó en el retrato de la duquesa de Alba (donde Cayetana y su gozque llevan el mismo lazo carmesí) o este soberbio retrato neoclásico -de 1805- de la marquesa de Santa Cruz, que lo era por matrimonio.

El Goya de la felicidad es un Goya de maneras pulidas y de precisa elegancia, que ama a las mujeres bellas -aquel hombre de temperamento visceral- y más si son hermosas. Entre Poussin y David (Madame Recamier), Goya es fulgurantemente Goya. Por lo demás, a Joaquina Téllez-Girón y Pimentel -hija de los duques de Osuna- y casada con el marqués de Santa Cruz, la conocía desde niña, cuando la retrató junto a sus padres, quizá en El capricho.

El fiero Goya se complace con Joaquina en un lienzo elegante y neoclásico, donde la bella, en diván y traje de raso, está retratada como una diosa coronada de pámpanos, o mejor como una musa con la cítara en la mano. Es Erato, evidentemente, la musa del canto y de la poesía lírica, lo que -conociendo a Goya- no puede deberse sólo a una moda pasajera, que gustó a Napoleón y a sus pintores. Parece que, en efecto, Joaquina Téllez-Girón fue una mujer cultivada, que conocía bien la poesía de la época y que protegió a no pocos poetas, al mismo Meléndez Valdés, que era el anacreóntico por antonomasia.

Trazando este precioso y suntuoso lienzo de la vida vivible, del vivir epicúreo de las artes, no muestra sólo Goya una faceta más de su inagotable vena de pintor plural, sino que se manifiesta como irreductible ilustrado. No celebra el gozo porque sí -pienso en Fragonard o Watteau-, sino el placer inteligente, que puede y debe cambiar la vida. Frente a la España inquisitorial y negra, la imagen blanca y rosa de una aristócrata ilustrada, que ama el arte y la poesía, y que (por ello) estará abierta al placer culto. Frente al valle de lágrimas por el que tanto ha sufrido España, el jardín que quiso Epicuro como imagen de la vida posible y dichosa.

Y en ese jardín, necesariamente liberal, no sólo una mujer bella, sino los fastos de la inteligencia convertidos en símbolos clasicistas. ¿Un cuadro neoclásico La marquesa de Santa Cruz? Sobre todo un puro Goya. Y si queréis más, un manifiesto galante a favor del placer y de la inteligencia. ¡Buen envite!

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