Marta Domínguez consigue el primer título de su carrera
Ruth Beitia y Marta Domínguez. Salto de altura y 3.000 metros obstáculos. Oro y barro. Las dos mujeres personalizaron ayer las dos caras más extremas del atletismo español. La del triunfo y la del abandono. La cántabra pisó lo más alto del podio. No cabe mayor éxito en forma de felicidad. La palentina pisó lo más bajo de la pista. No es posible una más grande derrota en forma de desgracia.
Dos mujeres. Dos historias en el último año de su desempeño deportivo. La de Ruth es la de una atleta asidua en las finales de los grandes acontecimientos en la última década. Pero sólo bendecida en la pista cubierta, en la que había obtenido seis medallas, aunque ninguna de oro. La de ayer supone, pues, una doble recompensa por el color del metal y por su valor absoluto, cualquiera que sea el escenario en el que se haya obtenido.
La historia de Marta es la de una atleta consagrada en todas las superficies, en varias distancias y distinguida en su máxima expresión con el oro en el Campeonato del Mundo de Berlín, en 2009, ya dedicada a los obstáculos. Tras su última gran competición, el Campeonato de Europa de 2010, celebrado en Barcelona, escogió la maternidad antes de lanzar su último hurra en los Juegos de Londres, en donde esperaba saldar una deuda olímpica. En Atlanta y Sydney era demasiado joven. En Atenas estaba lesionada y en Pekín se cayó.
Condenada a la hoguera tras la Operación Galgo y elevada de nuevo a los altares luego de su absolución y desagravio, este Europeo estaba llamado a orientarnos acerca de sus posibilidades de tocar metal en Londres. Su lesión, producida sin golpe ni torcedura aparentes, desencadenada silenciosamente antes del primer kilómetro y en una carrera aún apacible, arroja sombras sobre su participación en los Juegos. Al parecer, Marta llegaba ligeramente tocada del bíceps femoral izquierdo, aunque no lo suficiente como para renunciar a competir contra un modesto plantel de adversarias. Ahora el daño es más grave, aunque aún no se sabe hasta qué punto. Londres todavía aguarda. Confiemos que no en vano. Pero esta lesión supone un revés de consideración para alguien que ha cumplido 36 años y lleva dos prácticamente inactiva.
En cuanto a Beitia, era ayer o nunca. La proximidad de los Juegos Olímpicos ha dejado este Campeonato en los huesos. En el salto de altura el catálogo de ausentes se revelaba igual de clamoroso que en otras pruebas. Hasta tal punto que quizás sólo el oro le estaba permitido a quien, después de todo, es una saltadora largamente fiable en los aledaños de los dos metros. Sobrepasarlos con regularidad otorga el pasaporte a las medallas en las más grandes citas. Ruth, que ha estado en esos números sin consolidarlos, no falló en la de un Helsinki devaluado, lo que, por encima de todo, expresa unas capacidades indiscutibles y hace justicia histórica a quien es un ejemplo de dedicación y compañerismo. Por fin una medalla de oro. Pocos de nuestros atletas de cualquier sexo la ha deseado, perseguido y merecido tanto.
Ruth se jugó el triunfo con la noruega Tonje Angelsen, una damita joven y en ascenso en la escena internacional. Ambas salvaron el 1,97 al tercer intento, pero Ruth ganó porque no tenía ningún nulo en las alturas inferiores. Su oro endulzó una jornada calamitosa para nuestros representantes en la que sólo Antonio Reina (800), Diana Martín y Zulema Fuentes-Pila (3.000 obstáculos) se ganaron el paso a las finales respectivas. Los demás cayeron como moscas, aunque Aauri Lorena Bokesa (400) volvió a estar en sus prometedoras marcas. No así, por enésima vez, Concha Montaner (longitud), que incluso saltó menos en la final (6,26) que en la calificación (6,39). Así es la rosa.
Y así es Christophe Lemaitre, el joven, blanco y flaco francés, que ganó los 100 metros con 10.09. Tiene clase y tirón.
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