Guardando las lágrimas

Hoy hemos ido a las minas en busca del ámbar. El viaje es largo, tortuoso, y desde el pueblo comienza la travesía a pie para adentrarnos en los bosques, montaña arriba. El calor nos abraza con fuerza y la sombra de los árboles intenta consolarnos inútilmente.

Caminamos un largo rato hasta encontrar las primeras bocas de las minas, escondidas tras túneles de follaje silvestre.

Sesenta minas que son trabajadas y pertenecen a los propios mineros. La luz del sol revelaba las puertas por las que nos adentrábamos en las entrañas de esta tierra poderosa. Los mineros alumbraban el camino mientras nos hablan de lo que significa el ámbar para ellos y todo lo que envuelve su extracción. Adentro, la humedad se acrecienta y, de vez en cuando, caen gotitas frescas de agua que se filtran por la tierra. La oscuridad es absoluta, fría, y el túnel se hace estrecho, y conforme andamos se va encogiendo más y más. 

Muy al fondo, casi a 300 metros, llegamos a una pequeña bóveda en donde los mineros nos muestran cómo pican la tierra en busca del ámbar.

Como un escultor que araña la montaña desde dentro, martillo y cincel en mano, Manuel se lanza a la tarea de encontrarnos una pieza que nos pudiese impresionar. Pensar que aquí adentro, debajo de tanta tierra, debajo de las raíces, de los animales que caminan allá arriba en el exterior, se han quedado atrapadas gotas de árbol líquido. Aquí han estado formándose, gota a gota pero inexorablemente, las gemas más bellas que los árboles puedan crear. Veinticinco millones de años han pasado enterradas, hasta este preciso momento en el que mi mano se extiende y, con los dedos, una piedra recibe su primera caricia. ¿Cómo se describe este momento? ¿Cómo explicar la sensación?

Es como si la Historia me hubiese reservado desde siempre este regalo solo a mí, como si cada mínima piedra tuviera su propio destino: unas manos que encontrar. Los indígenas llaman al ámbar las lágrimas de la selva. ¿Estas lágrimas me estaban destinadas? ¿Ha tenido que petrificar su llanto la selva y esconderlo en su vientre para que un día llegase yo a convertirme en la guardiana de sus antiguas penas? ¿Qué secretos esconde cada piedra? Será que los árboles nos añoran como éramos y buscan alcanzarnos con sus gemas para hacernos custodios de lo que más atesora: sus recuerdos atrapados en el tiempo.

Mientras veo al pulidor trabajando en su máquina, que capa a capa va intentando liberar lo que hay dentro de una piedra, me doy cuenta de que la Naturaleza es como un libro de incalculable sabiduría. Como si en todo esto pudiéramos leer que, al igual que el ámbar en la tierra, los recuerdos dolorosos se entierran durante años en lo más profundo de nosotros.

Que si con esfuerzo y sacrificio escarbamos hasta encontrarlos, y los limpiamos y los pulimos, descubriremos, tras el polvo blanco que invade el aire y nos cubre como cenizas, que se han convertido en gemas maravillosas. Son precisamente los dolores vividos los que se convierten en las joyas que nos embellecen el alma y nos hacen mejores personas.

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