La vida padre que se dan los pijos

"En España, más que jet set son Renfe-set". Así definió el Marqués de Cubas hace años a los personajes que salían en las revistas del corazón, cuando en Marbella no había irrumpido todavía la gil époque. 

En los años 60, el brillo costasoleño atrajo a auténticos jetsetters internacionales, como los armadores Onassis y Niarchos, el barón Thyssen o el play-boy Günter Sachs. "Hoy hay nuevos ricos que no saben vivir como esa gente", recuerda el príncipe Alfonso de Hohenlohe, superviviente de aquella época y anfitrión de todos ellos en la Costa del Sol.

Para la periodista y escritora Carmen Rigalt, testigo de entonces, el término jet set está devaluado y es una convención que engloba a cualquier vividor. Para el periodista Raúl del Pozo, la única persona que puede considerarse jet en España es Gunilla von Bismarck. "Tiene un palacio, un castillo y amigos millonarios que la invitan a las ciudades más importantes del mundo".

Ni siquiera los especialistas en prensa de corazón se ponen de acuerdo en confeccionar una lista: el barón Thyssen y Tita Cervera, Juan Abelló y Ana Gamazo, Alberto Cortina y Elena Cué, Fernando Fernández Tapias y Nuria González, Plácido Arango y su ex Cristina Macaya, Rosario Nadal y su príncipe, Alicia... Comen en Jockey, Zalacaín o Casa Lucio (todos en Madrid), organizan cenas y fiestas privadas; esquían en Aspen (Colorado, EEUU) o Gstaad (Suiza), juegan al polo en Sotogrande (Cádiz), tienen palco en el Teatro Real, se desplazan en coches nada ostentosos, amarran sus barcos en Montecarlo, organizan cacerías en Toledo, Ciudad Real, Jaén o safaris africanos, y buscan la privacidad en islas inaccesibles como Bimini (Bahamas), a donde llegan en avión privado. 

En cualquier caso, a los hijos de los españoles que hoy pretenden ser jetsetters, el príncipe de Metternich los despacharía con su sentencia: "La especie humana empieza en los vizcondes".

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