Buscándole un sentido a la existencia
El psiquiatra austriaco Viktor Frankl, una de las grandes referencias morales europeas del Siglo XX, escribió El hombre en busca de sentido después de salir vivo de Auschwitz y Dachau.
El joven psicólogo, que perdió a su esposa y a sus padres en los campos de concentración, tomó notas durante sus tres años de internamiento y las publicó en este libro, indispensable si alguien quiere saber lo que es el infierno. El infierno de verdad, no el de la Biblia. Franklin abordó una tarea que parece imposible: buscarle un sentido a la existencia en medio de los más horribles sufrimientos y penalidades. Intentó buscar un sentido a su vida mientras veía morir, y lo que es peor, perder cualquier atisbo de dignidad a sus compañeros de cautiverio. Franklin concluye en ese libro que «ser hombre implica dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo, bien sea realizar un valor, alcanzar un sentido o encontrar a otro ser humano. Cuanto más se olvida uno de sí mismo más humano se vuelve». Es lo que en términos clínicos llamó «auto trascendencia de la existencia».
Los marineros del Alakrana descubrieron esta enseñanza el día en el que comprobaron que en el Océano Índico había personas aún más desgraciadas que ellos. Tanto el patrón como los tripulantes que se asomaron al Ariana, barco griego con bandera de Malta y tripulación ucraniana, han relatado el horror de una mujer que se desangraba después de un aborto y una niña a la que había violado un pirata. A los tripulantes del Alakrana, que duermen ya en sus camas, no se les aparecen por la noche los piratas drogados que les encañonaban con sus armas, sino la cara de las mujeres del Ariana.
«Mirad allí, esa gente va a morir y nadie les hace caso», nos han dicho. El Ariana lleva seis meses vagando por el Índico dejado de la mano de Dios, como el Holandés Errante. La suerte de la tripulación no le importa ni al armador griego, ni a las autoridades de Ucrania, ni por supuesto a la isla de Malta, que antaño dio nombre a una orden hospitalaria. El Gobierno español se ha dirigido al griego para echarle una mano en la liberación del barco y las autoridades de aquel país han puesto cara de póker, como si la cosa no fuera con ellos.
En realidad la cosa no va con nadie porque los tripulantes y sus familias son unos pobres desgraciados sin capacidad para presionar a nadie para que pague un rescate por su libertad. La diplomacia española está intentando hacer algo por esas mujeres que sobreviven en el barco del horror. Gracias a que el Ariana topó con España, un país que se preocupa por los suyos, el mundo se ha enterado de su existencia. Después de todo, hemos podido encontrar un sentido al penoso episodio del Alakrana.
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