Una experiencia trivial para Julio Verne

Aparece un inédito de Julio Verne, se publica en España con el título Viaje maldito por Inglaterra y Escocia. ¿Cómo no leerlo? Siquiera por lealtad a quien nos reveló el encastillamiento submarino del réprobo capitán Nemo. También cabe aducir que, hace ya varios decenios, la crítica francesa recuperaba parte de la obra de Julio Veme para la edad adulta, al tiempo que rebatía esa concepción según la cual sus libros no eran más que ingeniosas soluciones anticipadas de acertijos científicos. Y es posible ampararse en un pequeño ensayo de Michel Foucault, la proto-fábula, dedicado al elogio del juego de voces con que Verne narraba las historias. 

Sucede, sin embargo, que este viaje a Inglaterra, simple, ordinario y turístico, apenas tiene algo que ver con los clásicos viajes extraordinarios del autor. Tras la expresión «maldito» no hay que buscar leyendas tormentosas ni amenazas eternas y sí, en cambio, esa exclamación' contrariada que designa una jornada llena de inconvenientes: «¡maldito viaje!».

De hecho, el título original del libro, según se indica en la edición española, es Voyage à reculons en Anglaterre et en Ecosse, digamos viaje hacia atrás, a reculones, en retroceso..., probable alusión a una trayectoria sinuosa y salpicada de contratiempos, por lo demás, menudos. Sabemos que el manuscrito, fechado en 1859, fue ofrecido por Veme tempranamente a su editor, quien lo desestimó en favor de otros textos más ajustados a la línea de relato científico de ficción entonces en auge. 

Dado que Verne publicó su primera novela, Cinco semanas en globo, en 1862, podemos afirmar que el viaje maldito pertenece a esos escritos primeros cuya divulgación póstuma -no exenta de cierto afán necrófilo y fetichista- va acompañada siempre de la duda sobre si el escritor maduro la habría autorizado. Al parecer en este libro, Veme resumió, de manera levemente novelada, los apuntes de su primera incursión al extranjero.

Llaman la atención algunos juicios contundentes filtrados a través de expresiones del estilo de «el solemne hastío del protestantismo» o «las calles en donde se pudría la clase obrera». Pero en la mayoría de las páginas, Jacques y Jonathan, sendos trasuntos de Verne y del amigo que le acompañó, se limitan a dar testimonio de confusiones lingüísticas, bromas sobre los modales de las diversas comarcas, comentarios acerca de la forma de beber el vino, las reminiscencias de Walter Scott en el paisaje escocés o los monumentos. Hasta tal punto son triviales sus experiencias, que el lector se pregunta si no estaría Verne adelantándose a su propia obra y creando, ya en su juventud, una perfecta parodia de lo que habían de ser las fantásticas travesías de sus personajes.

En todo caso, a lo que sí se adelanta es al modelo turístico de itinerarios apretados propio de esta época. Debido a los numerosos retrasos sufridos por sus medios de transporte, los dos jovencitos tendrán que ver Escocia en muy pocos días. Ante la prisa y el atolondramiento de esta manera de viajar, Verne se burla y en un momento hace decir a Jonathan: «He llegado a un grado de insensibilidad total». 

También el lector puede adormecerse entre tanta descripción de comidas, camas, desayunos, comidas, camas. Por fortuna, la maestría de Verne le despierta, ya en el retrato de una gelatina de naranja tremolando en la copa, ya en la comparación entre el talante ridículo de Jacques cuando da unas monedas y la fría dignidad del mendigo que las toma.

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