Los Beatles ya están muertos

Esta es la señal. A la entrada, el cacheo es despiadado. Mientras los compatriotas de Derrick y Faber sacan de los bolsillos de su parka cantidad de objetos inflamables: cerillas, mecheros, velas, candelabros... el zurdo y su banda de malhechores se lanzan a una exploración de los Beatles desde el punto de vista de McCartney, vagamente salpicada de clásicos de la época de los Wings, quienes -también de una parte nada despreciable de «All things must pass» de George Krishna, o de «Good night Vienna» de Ringo Starkeyno depararían en la discografía inédita del cuarteto británico: «Band on the run», «Maybe I am amazed», «Live or let die».

La única falta de gusto: las versiones artríticas del «Twenty flight rock», popularizado por Cochran, y del «Ainf that a shame» de Fats Domino -concesión al penoso álbum «soviético», felicidad para los coleccionistas «caguetas».

Todo ello sobre ese lastimoso «My brave face», cofirmado por McMinus. Para los Beatles, suponiendo que estos se resuman en McCartney, es más o menos lo que «Hot stuff» para los Rolling Stones: un punto negro en su carrera. Sin embargo, uno no se siente muy a gusto con esta avalancha de canciones de los años sesenta: «Canf be my love», «Fool on the hill», «Long and widing road», «Things we say today», «Good day sunshine», «I saw her standing there», «Back in USSR»..., apenas renovadas, pero distintas de las originales. Rechazando la opción de Dylan, que hace una «relectura exagerada», McCartney ha elegido la reproducción pura y simple.

Y aquí hay un fallo. En ningún momento Chris Whitten, -antiguo componente de los «Waterboys», fanático de Jack DeJohnette, que hace arreglos a las composicionesconsigue hacer olvidar la tan particular forma de hacer de Ringo. Siempre recordaremos a Starr como el comienzo de una aventura, él era el único que sabía manejar más o menos correctamente su instrumento. Hamish Stuart, ex componente de «Average White Band», realiza una buena recuperación, nota a nota, del solo de Lennon sobre «Get back».

Todo esto hace evocar confusamente el neorevival. El puente psicodélico entre «Sargent Peppers lonely heart club band» y el tema «With a little help from my friends» sirve de pretexto para una especie de sesión de jazz y rock totalmente fuera del tema pero casi oxigenoterapeuta. Mientras tanto, la mujer, emboscada tras sus teclados fortificados, coge al vuelo, con una mano, los clichés de la sala. Sorprendente. Primer recuerdo: «Yesterday».

Himno Feudor, si los hay. Lógicamente, el público se conmueve. Animado, Pablo se junta con su esposa para incluir su perorata ecologista. «Fuck you!», le insulta un espectador algo bebido. Imperturbable, McCartney continúa entonando la segunda cara de «Abbey road». Gran emoción, reducida, al instante, por una acumulación de gestos pueblerinos. «Ahora llega el final». Es el orden de las cosas. Un último saludo de la pareja unida. Un pequeño salto para salir del escenario. En el horizonte, ya se calienta el motor del jet que, como cada ,coche, según un método querido por Elton John, conduce todo su pequeño mundo a Sussex. Allí, McCartney puede dormir en paz. Los Beatles no están muertos. Sólo han sido enterrados. Nadie más podría reivindicar el legítimo derecho a un último pataleo.

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